Es una propuesta del Colectivo de Educadores IDENTIDADES. Incluimos relatos breves que nos ayudan a pensar sobre los mundos que construimos, con sus múltiples matices, sus diversas voces, sus conflictos. Cuentos, poesías, refranes, canciones,etc., etc. con sabiduría, sobre la cultura, la naturaleza, con el NOSOTROS que queremos construir. Esperamos hacerlo crecer junto a ustedes y con ustedes. . .

Este espacio surgió con el proyecto educativo de extensión comunitaria "IdentidadeS, Historias, Memoria colectiva" que realizamos entre el 2008 y 2010 en el ISFD N°96 ( Normal Nº 1)
Para conocer, dudar y quedarnos pensando a través de palabras e historias que nos entralazan.
Somos educadores y estamos en la ciudad de La Plata -

lunes, 26 de octubre de 2009

El ENTRAMADO es un espacio para entrar, leer y recorrer... Pero mucho más es un lugar para COMPARTIR pensando y contando con otros...
Los invitamos a poner a rodar estos relatos y a crear otros más...
¿Cuáles de estos textos compartieron? ¿Con quién? ¿Dónde? ¿Qué cosas se dijeron cuando fueron contados? Esas EXPERIENCIAS también pueden vivir en este blog. Esperamos que nos escriban para entramarlas en este espacio, tal como lo hicieron los alumnos de 6to. año de la E.P.B. Nº 56.

Un pequeño texto escrito por alumnos de 6to. año

Alumnos de 6to. año de la E.P.B. Nº 56 de La Plata, escribieron un pequeño discurso para el acto del pasado 12 de octubre. Con la orientación de Liz Vargas, Vicedirectora de la escuela, y el apoyo de docentes del Equipo de Orientación Escolar, escucharon capítulos de la serie de radioteatros "500 años", producción ecuatoriana basada en la obra "Las venas abiertas de América Latina" de Eduardo Galeano.

A partir de una clase de Ciencias Sociales donde escuchamos un cuento de Eduardo Galeano sobre la historia de la ciudad de Potosí, le vamos a relatar lo que aprendimos.
Esto empieza hace casi 500 años, cuando la ciudad de Potosí era una de las más conocidas y la más rica de América Latina, gracias a la explotación del cerro Rico que tenía mucho mineral de plata.
Durante 200 años los españoles sacaron grandes cantidades de plata, tanta que podían haber hecho un puente desde el cerro Rico hasta las puertas del mismo palacio del rey, ¡completamente de plata!
En vez de eso, España usó la plata para pagar las deudas que tenían con comerciantes y banqueros europeos. "España tenía la vaca pero otros se tomaban la leche". Es decir que España poseía la plata pero otros países de Europa eran lo que la disfrutaban.
Hoy en día hay países desarrollados del primer mundo como Italia, Francia, Inglaterra, Alemania, que se han hecho poderosos a costa nuestra.
La plata de Potosí está en la industria, en las autopistas, en los comercios, en la tecnología de los países dominantes.
Pero los españoles no sólo explotaron el cerro, sino también a los indios, como fueron llamados los habitantes del lugar. Fueron encadenados, tratados como animales, como esclavos, azotados, maltratados, encerrados, obligados a sacar el mineral. Murieron cerca de 8.000.000 de personas en esos años.
Pero un día, después de 200 años, la plata se acabó y Potosí dejó de ser importante para los blancos.
En la actualidad América Latina es pobre y Europa es rica. Potosí es una ciudad pobre en un país pobre, Bolivia. Potosí es una ciudad pobre que hizo rica a toda Europa.

lunes, 19 de octubre de 2009

Reflexiones de Marta Tomé [primera entrega]

Empezamos a compartir con ustedes reflexiones de Marta Tomé en torno al sentido de las narraciones y sus posibles lecturas. En esta oportunidad, nos invita a repensar el cuento de "Pulgarcito":
Creo que los cuentos y las leyendas son las formas orales privilegiadas que encontró la humanidad para transmitir a las nuevas generaciones los hechos importantes que vivían y
las respuestas que provisoriamente se daban a sus interrogantes.
Es apasionante ver cómo permanecen a lo largo del tiempo muchos relatos. No hay más remedio que preguntarse cómo, en qué circunstancias nacieron, y en qué se parecen a las actuales para que tengan vigencia.

Tanto Pulgarcito como Hansel y Gretel están asociados al hambre (y a la competencia por el alimento)... ¿Habrán nacido en el contexto de las grandes hambrunas de Europa?
Pulgarcito era el menor de 7 hermanos que "escuchó" la intención del padre (y los resignados lamentos de la madre) de abandonarlos a la mañana siguiente en el bosque. No se perdieron en el bosque, fueron abandonados. La primera vez logra regresar con sus hermanos llevando piedritas, pero la segunda vez no puede más que llevar las migas de pan, porque el padre le cierra la ventana para que no pueda buscar piedritas. Es un cuento durísimo.
Pero después sigue... la casa que encuentran para refugiarse es la de un ogro que come de todo, también chicos, y la mujer sigue siendo bivalente: les avisa cómo es su marido, los deja refugiarse; pero cuando la trampa del cambio de sombreritos hace que el ogro confunda a sus 7 hijas con los 7 chicos y las mate; la mujer llora la muerte de las ogrecitas y sigue con el marido hasta el final. Igual que la madre con el padre.
Y Pulgarcito insiste, vuelve a la casa, y ahora con lo que él lleva alimenta a toda la familia.
Parece que "comprende" más que "perdona" a sus padres. A mí me resulta durísimo pensar en esa realidad.

(continuará...)

Se hace camino...

En el último encuentro del curso "Educación CON y DESDE la diversidad" elaboramos entre todos este texto. Lo hicimos siguiendo la técnica del "cadáver exquisito": escribiendo por turno en una hoja de papel, doblándola para cubrir parte de la escritura, y después pasándola al siguiente compañero para otra colaboración. El resultado de este juego, donde cada persona sólo puede ver el final de lo que escribió la anterior, fue asombroso: lejos del disparate surrealista, asomó una composición en secuencia donde las diversas voces configuraron una unidad de sentimientos y pensamientos.

SE HACE CAMINO ...

Recorriendo, rompiendo esquemas y animándose a creer
Que desde nuestro lugar se puede llevar adelante y “enfrentar” la diversidad cultural, quiero que sea una celebración en nuestros pueblos, para dejar en nuestro niños el ejemplo de . . .
La unidad en la diversidad
Uno mismo es la voz, el ser, lo feroz,
De quién será la tierra . . . la tierra será de ella misma, y nosotros, los humanos, quiero creer que comprenderemos, si cada uno aporta lo suyo, que nosotros somos . . .
También de ella. La diversidad es tan importante que no comprendo cómo desde la educación no se toma con total responsabilidad lo que ello representa. Tomemos en cuenta que debemos participar. La solución es: la constituyente social.
. . .es algo que no comprendo, debería saber más sobre esto, he reflexionado sobre muchas cosas pero lo que más me pregunto es ¿ y ahora qué ?
Construir un gran círculo que contenga nuestros más que numerosas preguntas y nuestras pocas respuestas para que ilumine como un volcán
…con su lava ardiente se quemen las malas opiniones y prejuicios y que con sus cenizas nazca una sociedad floreciente
Vida, cambio, personas

Vida, cambio, personas con las cuales nos encontramos y compartimos, expectativas , preguntas, búsquedas, nuevas experiencias.
Preguntas, búsquedas, nuevas experiencias son cosas que se le presentan a uno constantemente en la vida especialmente cuando comienza a andar nuevos caminos por el campo de la educación; es lo que todos vinimos a profundizar y el motivo que impulsó estos encuentros para sacar provecho de intereses que convergen en un ámbito común, intereses que se relacionan, que no excluyen sino que incluyen.
Incluyen a los otros con sus silencios, sus miedos, sus dudas, pero también con sus sonrisas, miradas, deseos y ganas de construir mundos más habitables y confortable para todos . . .
Ya que se desarrolló en un ámbito muy acogedor, donde todos compartimos y pudimos exponer nuestros conflictos. La dinámica fue excelente y nos permitió el porte de cada uno.
..pude llevarme un aporte valioso, una experiencia. Me encontré con compañeros de ruta en este construir de caminos, de redes . . . “Cuando muchos hombres van en la misma dirección surge el camino”…
…como dice Serrat, se hace camino al andar, y este espacio es una prueba irrefutable de que todos los que estamos aquí estamos caminando, buscando y buscándonos . . .
En el tiempo que no nos estamos dando y que necesitamos darnos para encontrarnos, organizarnos, para ser parte, de cada uno, y en todo lo diverso que nos constituye, y nos hace ser humanos.

lunes, 5 de octubre de 2009

Otro cuento de Elisa Araujo!

Este cuento sitúa a personas muy distintas que no conocen un idioma en común pero se entienden. Elisa pensó en los bombardeos a Líbano cuando lo escribió.

Compañeros

Maktub” dijo Deirdre y nadie supo lo que quería decir. Pero ninguno se animó a mencionarlo.
Estaban sentados de piernas cruzadas, en el suelo, sobre almohadones.
Era una reunión pequeña, en un cuarto angosto, sin otros muebles que una mesita de patas cortas.
Mr. Abdul sirvió el té con parsimonia. Le gustaba ser parsimonioso. Le daba cierta importancia que de otra manera no lograba.
Don Pomelo agradeció la tacita que le ofreció y llevó la humeante tisana a sus labios.
Mr. Pub sonrió placidamente, como siempre, ante cualquiera que le dirigiera la mirada.
Cada uno a la vez aceptó la taza de aromático té oriental y todos bebieron en silencio.
Esa palabra, “Maktub”, resonaba dentro del cuarto como si los ecos chocaran y rebotaran en las paredes para volver en pequeñísimas oleadas: Maktub...Maktub...tub...tub...
Deirdre era la única mujer, en realidad casi una niña. Los hombres, de edad madura, curtidos por el sol del desierto o el viento de las montañas.
No hablaban porque no conocían sus lenguas, todos extranjeros, obligados a la convivencia por la circunstancia de estar atrapados.
La repentina escalada de hostilidades, ya una guerra abierta, los enterró en el sótano de un edificio céntrico.
Deirdre estaba de vacaciones con sus padres. Hacía una semana que no los veía y sentía que siempre había vivido en ese sótano con esos hombres de quienes nada sabía, excepto que eran amables y extranjeros.
Ella les puso esos nombre porque no les entendió lo que decían y los sonidos asemejaron esas palabras: Mr. Pub, Don Pomelo.
Abdul fue el único nombre que ella reconoció.
Mr. Abdul vivía en ese sótano y por suerte estaba bien equipado. No habían sufrido hambre, ni sed, y por fortuna no les faltaba el aire. Mr. Abdul, como perenne anfitrión, los hacía sentir lo más cómodos posible, pero era obvio que cuidaba bien de que las raciones fueran pequeñas.
Lo más extraño era el silencio luego de las aterradoras bombas y el estruendo de los derrumbes.
Al principio Deirdre lloró mucho, de miedo y de angustia por su vida y la de sus padres. Extrañó los mimos de su madre y la cama suave del pequeño hotel. Sus padres la dejaron durmiendo y salieron a hacer unas compras, regalos para llevar de vuelta a casa. Pero justo entonces, en medio del estruendo Deirdre despertó asustada cuando el conserje del hotel los hizo evacuar hacia el sótano.
Solo algunos llegaron antes del derrumbe. Eran los que estaban sentados allí bebiendo té junto a Abdul que hacía pequeños trabajos de mantenimiento en el hotel y vivía en el sótano.
Al cabo de una semana Abdul, con gran ceremonia, trajo una caja que apoyó en la pequeña mesa. Todos miraron expectantes y cuando Abdul abrió la tapa hubo varias exclamaciones de ahh y ohh. Era un instrumento musical de madera y varias cuerdas que resultó ser un verdadero bálsamo para sus compañeros. Era Abdul además un eximio ejecutante y la monotonía de la vida sin días y sin noches comenzó a tener el ritmo de esperar con ansias la hora del concierto.
Para Deirdre era una música tan extraña como el instrumento, pero, desde el primer momento, se mostró extasiada, y al pasar de los días Mr. Abdul comenzó a enseñarle algo del arte de sacar sonidos de esa caja y ella resultó una excelente alumna.
Mr. Pub aplaudía con entusiasmo los esfuerzos musicales de Deirdre, y Don Pomelo a veces tarareaba acompañando la música de Abdul.
Mas o menos a las dos semanas de convivencia, Mr. Pub comenzó a enfermar. No sabían qué tenía pero él mostró que se había quedado sin sus medicamentos. Se lo veía pálido, de ojos cansados y con las manos y los pies hinchados.
Un día dejó de levantarse y casi no comía. Deirdre tuvo miedo de que uno a uno fueran muriendo hasta quedar ella sola. Le tenía más miedo a eso que a morir. Pensar en estar sola en el silencio de ese sótano, rodeada de sus amigos muertos... todos muertos sin volver a ver el sol.
Mr. Abdul cuidó de Mr. Pub. Le daba de beber infusiones de raras hierbas de a sorbitos con una cucharita. Le ponía paños fríos en la cabeza y un ladrillo caliente en los pies. Le daba masajes con aceites de extraños aromas, y, un día, Mr. Pub, en lugar de morir, se levantó con mejor semblante. Dos días más tarde esbozó nuevamente su plácida sonrisa y Deirdre y los demás supieron que la crisis había pasado.
A fuerza de señas, todos iban aprendiendo palabras en los distintos idiomas. Deirdre le enseñaba su extraño y gutural holandés y los otros sus distintas lenguas orientales: como golpeteos metálicos unas, y como sibilancias del viento otras.
Mr. Abdul y Don Pomelo tenían relojes y anotaban cosas en un cuaderno que debió ser de Abdul pero que él compartía con Don Pomelo. Ellos sabían las horas y días que lentamente iban pasando.
Deirdre se dejó llevar. Aceptó la sucesión de tareas en lugar del ritmo del día y de la noche. Cuando Don Pomelo indicaba, se iban a dormir o se levantaban. Cuando Mr. Abdul les servía alimentos, comían.
Ella y Mr. Pub estaban satisfechos de ser llevados así, de la mano de sus compañeros, por ese largo camino de aguante, de espera a que alguien los rescate.

Fue durante la hora musical del día 19 que de repente Mr. Abdul se quedó inmóvil, pétreo. Todos lo miraron sin entender hasta que ellos mismos escucharon un TOC – TOC .... CLIC – CLIC.......TOC – TOC.
Don Pomelo comenzó a gritar a todo pulmón y todos reían y lloraban a la vez. Mr. Abdul golpeó también la pared con un martillo y los ruidos establecieron íntimo intercambio de información.



Maktub quiere decir estaba escrito.

Los colores de mi hijo

En el cierre del curso "Educación CON y DESDE la diversidad", Leonor Arditti nos deleitó - como ya es costumbre - con un relato autobiográfico de la escritora venezolana Indira Paez. Otra excusa para seguir reflexionando acerca de la diversidad.

Yo nací en una casa de lo más multicolor. Y no me estoy refiriendo a las paredes, esas eran blancas como cualquier otra casa de Puerto Cabello en los setenta.

Mi casa es multicolor por dentro. Y es que mi mamá es de piel tan clara que sus hermanos la bautizaron “rana platanera”. Y mi papá era de un trigueño agresivo con bigote de charro, sonrisa de Gardel y cabello ensortijado, estirado a plano a pura brillantina. La vejez lo ha desteñido a mi papá. Como si la melanina se acabara con el tiempo. Como si los años fueran de lejía.

De esa mezcla emulsionada salimos nosotros, cinco hermanos de lo más variopintos. Mi hermano mayor, vaya uno a saber por qué, parece árabe, ojos penetrantes, nariz aguileña, frente amplia y cabello rizado (cuando existía, pues ahora ostenta una calvicie de lo más atractiva) Le sigue una hermana preciosa, nariz perfilada, pecas, unos ojos inmensos, sonrisa como mandada hacer. Castaña claro y cabello ceniza, se ayuda con Kolestone, vamos a estar claros, pero le queda de un bien que parece que hubiera nacido así. Al tercero, extrañamente, le decían “el catire”. Nunca entendí por qué, con ese cabello de pinchos rebeldes que crece hacia arriba, eso sí, tan “rana platanera” como mi madre. Yo soy trigueña, como mi padre y mi nariz que delata algún ancestro africano por ahí. Y mi hermana menor es pecosa y achinada, como si en algún momento los genes se hubieran vuelto locos y por generación espontánea hubiesen creado una sucursal asiática en la casa.

Así, los almuerzos en mi casa parecían más una convención de las Naciones Unidas que otra cosa. Claro que, jamás yo me dí cuenta de eso.

Para mí eran almuerzos y punto. Con el olor inenarrable de las caraotas negras de mi mamá y las tajadas de plátano frito que se hacían por kilos.

De chiquita nunca entendí por qué en el colegio de monjas un día una compañera me preguntó si mi papá era el chofer. Tampoco nunca supe por qué una noche no lo habían dejado entrar a un local nocturno muy de moda en los 80. Yo jamás me fijé en los colores de mi familia. Mi papá, mi mamá y mis hermanos siempre fueron eso: mi papá, mi mamá y mis hermanos.

Cuando yo era chiquita, pensaba que los colores los tenían las cosas, no la gente. No entendía por qué a algunos les decían negros si yo lo veía marrones, y a otros les decían blancos, si yo los veía a veces como anaranjados y otras como rosa pálido. Y menos entendía por qué para muchos adultos era mucho mejor ser “blanco” que ser “negro”. Una vez, mi papá se comió un semáforo y alguien le gritó “Negro tenías que ser”…yo me que dé estupefacta al descubrir que los blancos se comían los semáforos.

Así las cosas, comenzó en mi adolescencia una especie de fascinación por aquel lo de “los colores de la gente” “las etnias” las razas” y los asuntos que parecían importar tanto a la humanidad. Tanto, que hasta guerras entre países generaba. Tanto, que se mataba gente por asuntos de piel. De células. De genes. De melanina.

Yo, buscando vivencias reales y con lo enamoradiza que soy, tuve novios marrones, rosados, amarillos y hasta uno medio verdoso. Me casé con un italiano y tuve una hija que parece una actriz de Zefirelli. Y finalmente, me enamoré hasta los huesos de un marrón y me casé con él. Un marrón de esos que la gente llama negros.

Una tía abuela me dijo cuando me casé: “ni se te ocurra tener hijos con ese hombre, porque te van a salir negritos”. A mí no me cabía en la cabeza que a estas alturas de la historia universal alguien pudiera hacer un comentario como ese, pero mi tía tiene 84 años, y uno, a la gente de 84 años, le perdona todo. Hasta el racismo.

Como soy bien terca, salí embarazada de mi esposo marrón. El embarazo fue una montaña rusa total, así que cuando nació mi hijo sano con diez deditos en las manos y diez en los pies, un par de ojos, orejas, nariz, boca y gritos, yo estallaba de felicidad. Y cuando uno estalla de felicidad uno no escucha nada.

Pero resulta que han pasado cinco meses y aunque sigo felicísima, se me ha pasado la sordera. Y como soy tan bruta, no termino de entender como es que tanta gente y no sólo mi tía la de 84, me pregunta “¿y de qué color es el niño?” Sí, sí, así mismo, ¿de qué color es? Les importa muchísimo ese detalle a algunos, tal vez, a demasiados. Una amiga de España. Una antigua vecina. Una ex compañera del colegio. Una gente cualquiera que no tiene 84 años. Una gente que, que yo sepa, no pertenece al partido neo nazi ni milita en el Ku Klukz Klan, ni es aria, ni tiene esvásticas en la ropa. Una gente que se ofende si uno les dice racista. Llegan así, y lo primero que preguntan, antes de esas típicas preguntas de viejita “¿cuánto pesó? ¿cuánto midió? ¿lloró mucho?” es “¿Y de qué color es?

Y, la verdad, lo confieso a riesgo de quedar como una madre desnaturalizada, es que yo no me había fijado de qué color era mi hijo. Es que cuando nació mi hija, la italianita, nadie me preguntó eso.

Entonces no me pareció que fuese tan importante saberse el color del hijo. Yo me sabía la fecha de su primera sonrisa. Me sabía cuando le pusieron la triple, la fecha de su primera papilla. Sabía que tenía tres tipos de llanto, uno de hambre, uno de sueño, uno de ñoñera. Sabía que por las noches le gustaba quedarse dormida en mi pecho. Cosas, pues, intrascendentes. Igual ahora con mi bebé, ya me sé sus ojos de memoria, por ejemplo, a veces están a media asta y es que tiene sueño, pero lucha porque no quiere perderse nada, me sé sus saltos cuando quiere que lo cargue, la temperatura de su piel, el olor de su nuca.

Pero el domingo pasado, me encontré con una ex compañera que no veía desde mi preñes, y ¡¡¡¡zaz!!!! Me largó la pregunta “¿ya nació tu bebé? ¿y de qué color es?” Me agarró desprevenida y no supe qué responderle, pero me prometí a mí misma averiguarlo, porque si a tanta gente le interesa el dato, debe ser que es algo vital yo de mala madre, no he prestado atención a la epidermis de mis críos.

Así que, ante tanta curiosidad de la gente, me he puesto a detallar los colores de mi hijo. Y resulta que mi bebé es un camaleón, Sí, de verdad, cambia de colores. A las 5,30hs. de la mañana, cuando se despierta pidiendo comida es como rojo. Un rojo furioso y candelero.

Después se pone rosadito. Se ríe anaranjado. A veces pasa el día verde manzana. Y me provoca darle mordiscos por todos lados.

Cuando lo baño y chapotea con el agua, se vuelve plateado. Una cosa increíble. Cuando se le cierran los ojitos de sueño es amarillo pollito y provoca acunarlo y meterlo bajo las dos alas, acurrucadito.

Finalmente se duerme. Y, lo juro por Dios, se pone azul. Y brilla en la oscuridad.

Ese es mi hijo. Multicolor. Sé que va a ser un poco difícil llenarle la planilla del pasaporte, o contestarle a las ex compañeras de colegio cuando me pregunten de qué color es mi hijo. Pero es lo que hay. Lo juro. Mi hijo es color arco iris.


martes, 8 de septiembre de 2009

Sopa

Acá va otro texto de Elisa Araujo que en estos días lluviosos hace agua la boca. Tiene que ver con recuperar la pasión por hacer uno mismo el alimento en lugar de comprar una mezcla química en un sobre o cubito. Es parte de la cultura que no queremos olvidar.

Sopa
La totalidad es mucho más que la suma de las partes.
Tenés un líquido ligeramente salado, con algunos fideítos flotando por ahí, pequeños trocitos de verdura, quizás zapallo y un poco de apio, a veces puerro o un toque de ajo. Ingredientes varios que se agregan a una olla de agua y que descansando al calor del fuego traban relación.
Si primero hubo un hueso o algo de carne, usamos entonces la famosa “espumadera” cuya función, que le dio nombre, ha caído en el olvido en la era de las sopas en cubitos, latas o sobres. Y como decía, los sabores, al calor del fuego lento, se van amigando y cada uno cediendo algo de su más recóndito ser.
Las sopas “artesanales”, por llamarlas de alguna manera, “fatto in casa”, o de modo tradicional, tienen una individualidad tan diversa que ni siquiera son iguales a sí mismas.
A veces pongo la olla al fuego mientras voy lavando y picando la verdura y el sabor depende del calor que toma el agua a medida que voy echando los trocitos de cebolla, zanahoria, morrón o zapallo. Según la frescura y origen del apio, si hay batata y si es buena, si le agrego ese día unas hojas picadas de espinaca. A veces no tengo ganas de picar todo y solo lo corto en rebanadas. Luego con el casi olvidado utensilio llamado “prensa puré” o “pisa papas” desmenuzo todo para darle una consistencia diferente, una mayor interacción a toda esa congregación de ingredientes. Elegir luego un buen queso, mantecoso o de rallar, quizás un poco de crema, abre todo un nuevo mundo de posibilidades.
A la hora de servirla a veces escojo un bols, a veces un tazón, a veces los antiguos platos hondos, pero siempre la humeante totalidad es apreciada en casa por chicos y grandes, adolescentes y ancianos, por despertar papilas y recuerdos y calentar el cuerpo y el alma.

La historia de los otros

El pasado 24 de abril, el Espacio de Educadores "Identidades" junto al Grupo La Grieta, organizamos en el Galpón de Encomiendas y Equipajes la presentación del libro "Los otros cuentos", compuesto por relatos del Subcomandante Marcos y editado por la Red de Solidaridad con Chiapas de Argentina. Compartimos aquí un fragmento del cuento "La historia de los otros", que recupera el valor de la diversidad.

Contaron los más viejos de los viejos que poblaron estas tierras que los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, no se pensaban parejo todos.
O sea que no tenían el mismo pensamiento, sino que cada quien tenía su propio pensamiento y entre ellos se respetaban y se escuchaban.
Dicen los más viejos de los viejos que de por sí así era, porque si no hubiera sido así, el mundo nunca se hubiera nacido porque en la pura peleadera se hubieran pasado el tiempo los dioses primeros, porque distinto era su pensamiento que sentían.
Después se callaron todos y cada uno habló de su diferencia y cada otro de los dioses que escuchaba se dio cuenta que, escuchando y conociendo las diferencias del otro, más y mejor se conocía a sí mismo en lo que tenía de diferente.
Entonces todos se pusieron muy contentos y se dieron a la bailadera y tardaron mucho pero no les importó porque en ese tiempo todavía no había tiempo.
Después de la bailadera que se echaron los dioses sacaron el acuerdo de que es bueno que haya otros que sean diferentes y que hay que escucharlos para sabernos a nosotros mismos.

El segundo cuento del tercer encuentro

Cuando finalizó el tercer encuentro del Curso "Educación con y desde la diversidad", compartimos un almuerzo en el que la palabra siguió circulando y tejiendo memorias. Elisa Araujo recordó un cuento que oyó una vez en boca del grupo de narradores de "Cuento encuentro" y se animó con su versión: "Había una vez un comisario que solía ir a pescar...".Fue ahí cuando Matías García dijo que conocía la historia, que el autor era Arturo Jauretche. Pero Marta Tomé lo había escuchado también, narrado por Landriscina, y sostuvo que era un cuento de tradición oral. Sea cual fuere su origen, sin duda es un cuento que anda de aquí para allá, vivito y coleando, mutando quizá en su forma pero no en su esencia. Compartimos con ustedes la versión de Jauretche:

El pescado que se ahogó en el agua

El arroyo de la Cruz había crecido por demás, y bajando dejó algunos charcos en la orilla. Por la orilla, iban precisamente el comisario de Tero Pelado, al tranquito de su caballo. Era Gumersindo Zapata, a quien no le gustaba mirar de frente y por eso siempre iba rastrillando el suelo con los ojos. Así rastrillando vio algo que se movía en un charquito y se apeó. Era una tararira, ese pescado redondo, dientudo y espinoso, tan corsario que no deja vivir a otros. Vaya a saber por que afinidad Gumersindo le tenía simpatía a las tarariras, de manera que se agachó y alzó a la que estaba en el charco. Montó a caballo, de un galope se llegó a la comisaría, y se hizo traer el tacho donde se lavaba "los pieses" los domingos. Lo llenó de agua y echó adentro a la tararira.

El tiempo fue pasando y Gumersindo cuidaba todos los días de sacar el "pescado" del agua primero un rato, después una hora o dos, después más tiempo aún. La fue criando guacha y le fue enseñando a respirar y a comer como cristiano. ¡Y tragaba la tararira! Como un cristiano de la policía. El aire de Tero Pelado es bueno y la carne también, y así la tararira, criada como cordero guacho, se fue poniendo grande y fuerte.

Después ya no hacía falta ponerla en el agua y aprendió a andar por la comisaría, a cebar mate, a tener despierto al imaginaria y hasta escribir prontuarios. En lo que resultó muy sobresaliente fue en los interrogatorios; muy delicada para preguntar, sobre todo a las damas, como miembro de comisión investigadora: "¿Cuántas bombachas tenés?" Igualito que otros.

Gumersindo Zapata lo sabía sacar de paseo, en ancas, a la caída de la tarde.

Esa fue la desgracia.

Porque una ocasión, cuando iban cruzando el puente sobre el arroyo de la Cruz, la pobrecita tararira se resbaló del anca y se cayó al agua.

Y es claro. Se ahogó.

Que es lo que le pasa a todos los pescados que dedicados a otra cosa que ser pescado se olvidan que tienen que ser eso: buenos pescados. Cosa que de por sí demanda mucha responsabilidad.

lunes, 24 de agosto de 2009

Sin alas, no obstante

En el cierre del tercer encuentro del Curso "Educación con y desde la diversidad", la narradora oral Leonor Arditti nos deleitó contando un cuento de Marina Colasanti, que transcribimos a continuación. Como la protagonista, nosotros también podemos poner en cuestión las verdades aprendidas, revisarnos, ampliar nuestra mirada, y con renovadas fuerzas, avanzar.

Dura aldea era aquélla, dónde a las mujeres les estaba vedado comer carne de ave: no fuera a ser que las alas se les subiesen al pensamiento. Dura aldea era aquélla dónde, a pesar de la prohibición, al regreso de la cacería y sin haber podido cobrar otra pieza, el marido entregó a su mujer un ave, para que la preparara debidamente y fuera esa noche alimento de los dos.

Y así lo hizo la mujer, hundiendo los dedos en las plumas todavía brillantes, arrancándolas a puñados, y entregándola agua y al fuego aquel cuerpo ahora muerto, que no al fuego y al agua sino a la tierra y al aire había pertenecido.

Si deteniendo su labor un instante hubiera puesto sus ojos en la ventana, habría podido ver una bandada de aquellas mismas aves, volando hacia el sur. Pero ella sólo miraba las cosas cuando le era preciso mirarlas. Y como no necesitaba mirar el cielo, no irguió la cabeza.

Cocida la carne del ave, se dio gusto engullendo las presas casi sin masticarlas, clavó los dientes en los huesos, chupó el tuétano. El marido no. Le repugnó aquella carne tan oscura. Se limitó pues a mojar el pan en el caldo, maldiciendo su escasa suerte de cazador.

Después de unos cuantos días la mujer ni recordaba ya su insólito banquete. Otras carnes muy diferentes se asaban y freían en la cocina de su casa, una cocina que era por si sola buena parte de la casa.

Pero una nueva inquietud empezó a asaltarla . Interrumpía de pronto sus quehaceres, algo que nunca antes hiciera.

Breves pausas. Casi nada. Un alzar el rostro, un vibrar de pestañas. Una especie de alerta. Respuesta del cuerpo a un llamado que a duras penas oía. La aguja quedaba detenida en el aire, la cuchara suspendida sobre la olla, las manos hundidas en la tina. Y la cabeza, cabeza que ahora se movía con la finura que sólo un cuello más largo podría darle, parecía atravesar el aire.

Ahora, la mujer fijaba sus ojos en cosas que no necesitaba. Y miraba como si las necesitara.

Sólo por instantes, al principio. Luego un poco más.

Sin darse prisas, miró primero al frente.. Al frente de ella. Y al frente de lo que tenía frente a ella. Durante un tiempo, posando la mirada en los muebles. Después volando sobre los objetos, traspasando las paredes, miró a lo lejos en línea recta.

Qué veía, no lo decía. Miraba, agitaba con un gesto suave la cabeza. Y volvía a bajarla. La aguja se posaba, la cuchara revolvía la olla, las manos se hundían en la tina.

Tal vez llevada por aquél breve sacudir de cabeza, empezó a mirar a los lados.

Miraba al lado izquierdo, hacía una pausa, inmóvil. Y luego, súbitamente, giraba hacia el lado derecho.

Nadie le preguntaba qué estaba mirando. La única mirada suya que parecía importar a los otros era la antigua, aquella del tiempo en que sólo miraba lo que era necesario.

Y así un buen día, esa mujer a quién nadie miraba, miró el cielo. Sin que hubiera llovido o fuera a llover. Sin que lo surcaran relámpagos. Sin que hubiera incluso nubes o el tiempo fuera a cambiar, ella miró el cielo.

Que fino y delicado se tornaba su cuello ahora que lo movía, grácil, como si guiara la cabeza en sus búsquedas. Era un cuello pálido, protegido de la luz por tantos años de cabeza baja.

Y sobre ese cuello la cabeza parecía extenderse, mirando hacia arriba, con la misma recta intensidad con que había mirado antes muebles y paredes.

Miraba, pues hacia lo alto cuando una bandada de aves pasó sobre la casa, rumbo al sur.

Hacía mucho que las hojas se habían vestido de cobre, el suelo empezaba a hacerse duro con el frío. Y las aves de carne oscura, seguían en dirección al sol.

De pie, la mujer miraba. Y así continuó hasta que las aves se perdieron en la distancia.

El viento batía los largos faldones de su saya, agitaba las alas rayadas de su chal. No, ella no voló. ¿cómo podría? Salió caminando, apenas. Oscura como la tarde, acompañando su propio mirar, marchó hacia el frente, siempre hacia el frente, rumbo al sur.


sábado, 25 de julio de 2009

RR

El relato que compartimos pertenece a Elisa Araujo, del "Centro Cultural Macá" de Villa Elisa. La conocimos en el curso

"Educación con y desde la diversidad", y enseguida se sumó a la propuesta de "El entramado...".


El vuelo del chimango, fácil, casi sin aleteo, dibujaba elipses en el cielo sin nubes. Pasaba insistentemente sobre un área pelada de vegetación. La tierra áspera, gastada, no era ya sostén de vida alguna. Tras el desierto verde, ese que trajo tanta prosperidad al campo, llegó finalmente el desierto real.

Tomaba mate a la sombra quieta de la galería. El paisaje a lo lejos temblaba por el calor. El aroma del cedrón que le había puesto al mate lo llevó a otros tiempos, casi ayer.

Bajo esta misma sombra y mirando las siluetas de los chimangos tuvo sueños y proyectos de los que quedaron solo cenizas.

A todos les pasó igual. “Un negocio formidable”, decían los técnicos. “La mitad del trabajo”, decía la publicidad.

Tarde se dieron cuenta de la verdad. El rinde no era tal. Las plagas se fortalecieron. Volver a fumigar una y otra vez. Los pibes cobrando, monedas, por hora parados con banderillas para marcar el campo. Los aviones y sus nubes tóxicas apenas a metros sobre sus cabezas. Niños pobres ganándose la vida y la muerte al igual que el suelo.

Nunca se le cruzó por la mente el efecto de su elección.

Roundup Ready, nombre alegre y tintineante para la muerte.

Instantáneas de Villa Nueva

Marcela García, participante del Proyecto, es alfabetizadora de adultos en un barrio de Berisso. Comparte con nosotros estos versos, que nacen del primer encuentro con Paulina, una señora del lugar.


Calles de tierra

intransitables en días de lluvia.

Retazos de chapa y madera

convertidos en casas que abrigan

familias numerosas

Para entrar a cada lote

hay que atravesar un puentecito enclenque

dudando si soportará nuestro peso

Un alambrado destejido,

por donde se cuelan un par de gallinas que entran y salen

Detrás de ese alambrado está Paulina

Contenta nos muestra su casita nueva, de madera

La invitamos al taller de alfabetización,

y en ese instante se desdibuja en su rostro

el peso de los años,

y como en un niño

sus ojos brillan

baila en su mirada una sonrisa

y orgullosa nos cuenta que hace pocos días

aprendió a escribir su nombre.


sábado, 18 de julio de 2009

El cuento de Machalá

El grupo de música para chicos "Canciones para no dormir la siesta" nació en Montevideo, Uruguay y se desarrolló durante los últimos años de la dictadura militar y continuó unos años más, cantando y contando relatos musicales para pensar creativamente el mundo actual.
Creaban letras con sentido metafórico, que podían entender tanto los chicos como los grandes, en un ápoca en que no existía libertad de expresión en su país, para hacer referencia a su propia realidad social y la de América Latina. De su L.P. "Canciones para usar", seleccionamos un cuento escrito por Horacio Buscaglia, "Cuento de Machalá", donde, figurativamente, una víbora sanguinaria y su familia dominaba desde muchísimo tiempo atrás un bosque de Centroamérica, hasta que los animales cansados de tanta injusticia, decidieron organizarse y echar a los tiranos.

Todo ocurrió en el bosque de Monimbó. Sus habitantes: conejos, lechuzas, hormigas, mariposas, y hasta los propios árboles - de cuya madera se hacen las marimbas -, todos, vivían muy tristes. La culpa la tenía Machalá, la víbora, porque con su ejército de escorpiones tenía asustados a todos los bichitos del bosque. Los dominaba, los hacía trabajar para ella, y nadie podía hacer lo que realmente quería.

Los pájaros, no podían volar libremente por el pedazo de cielo que ellos eligieran; tenían que volar bajito, y por donde Machalá los viera. La lechuza, tan inteligente, sólo podía pensar en cosas que no enojaran a Machalá (que eran muy pocas cosas, y adémas, muy aburridas). Los conejos y las conejas, que se amaban tanto, veían con tristeza cómo sus muchos hijitos no encontraban ni una ramita de hinojo o un pedazo de zanahoria para comer, porque todo se lo llevaba Machalá... y sus escorpiones. Que no se sabe bien para qué, porque tenían demasiado. Y así los conejos perdían su ternura, su buen humor, y apenas si podían cantar.
En Monimbó, con Machalá, nadie, nadie podía cantar. Ya se sabe: a las víboras así, no les gustan las canciones.
Ustedes se preguntarán: ¿cómo una simple víbora y unos cuantos escorpiones podían tener dominados a tantos y tantos animalitos?
Es que hacía muchos y muchos años que la familia viborosa de Machalá los venía dominando. Tantos años, que todos pensaban que la vida de los animales de un bosque tenía que ser así... que eso no se podía cambiar, y no había más remedio que aguantar... y sufrir. Y además otra cosa muy importante: tenían miedo. Porque Machalá era muy cruel, muy mala, y ya había lastimado ¡y hasta matado!! a muchos animales. A todos los que se les ocurriera pensar o decir cosas que a Machalá no le gustaran, por ejemplo, que Machalá era mala.
Pero yo les tengo que decir algo, y... perdonen que sea tan largo, pero... los cuentos sobre estas víboras suelen ser muy largos, pero no se inquieten... siempre terminan...
Les tenía que decir que más que miedo y todas esas cosas, lo que ocurría para que Machalá siguiera mandoneando y mandoneando era que cada uno de los animales trataba de que a él no le pasara nada, sin preocuparse por lo que le sucediera a los demás...
Hasta que un día, la mariposa, que andaba por todo el bosque de Monimbó volando de aquí para allá y que veía todo lo que pasaba sin que la vieran a ella, se le ocurrió pensar en qué pasaría si todos los animales se juntaran contra Machalá y sus escorpiones. ¡¡Imagínense!! La inteligencia de las lechuzas, junto a la picardía de los conejos, la agilidad de los pájaros, la fuerza de todas las hormigas del bosque, la imaginación de las mariposas, la astucia de los lobos, que eran tan astutos que en realidad la mariposa no sabía si estaban de parte de Machalá o de los animales.
La mariposa, entonces, reunió a todos los animalitos, les conto su idea y todos juntos, echaron a Machalá y sus escorpiones. Claro, yo se los cuento en un segundito, pero esto llevó... mucho tiempo, no se crean que fue fácil.
Pero fue tan lindo ver a Machalá temblando de miedo... su chil-chil, que es el cascabel que lleva en la cola, no paraba de sonar de tanto que temblaba!! Y los escorpiones corrían y corrían gritando ¡No me peguen! ¡No me peguen! Pero les pegaban... porque ellos habían pegado mucho.
Y no se crean que después de eso todo fue lindísimo, y los conejitos tenían mucho para comer, y los pájaros podían volar todo lo que querían... no, no, no, NO. Porque había mucho que arreglar. Machalá había dejado el bosque que era un desastre... Si hasta a muchos conejitos había que enseñarles a saltar porque no habían podido aprender...
Lo que pasa que a pesar de las dificultades, ahora, todos estaban contentos, porque trabajaban todos juntos para arreglar el bosque y sus problemas, y no para alguien de la familia viborosa... Y además, cantaban...
Mucho tiempo después llegó la noticia de que Machalá se había muerto en otro bosque lejano. Nadie lloró ni se puso triste, porque ¡a quién le va a dar lástima que se muera una víbora tan mala! Algunos escorpiones quisieron entrar de nuevo para mandar en el bosque, pero no pudieron, porque ya se sabe: cuando un escorpión pierde su Machalá, no sabe qué hacer y se pincha el mismo con su cola.
Lo cierto es que en aquel bosque de Monimbó, se cantaba mucho y muy lindo...