lunes, 26 de octubre de 2009
Un pequeño texto escrito por alumnos de 6to. año
lunes, 19 de octubre de 2009
Reflexiones de Marta Tomé [primera entrega]
las respuestas que provisoriamente se daban a sus interrogantes.
Es apasionante ver cómo permanecen a lo largo del tiempo muchos relatos. No hay más remedio que preguntarse cómo, en qué circunstancias nacieron, y en qué se parecen a las actuales para que tengan vigencia.
Tanto Pulgarcito como Hansel y Gretel están asociados al hambre (y a la competencia por el alimento)... ¿Habrán nacido en el contexto de las grandes hambrunas de Europa?
Pulgarcito era el menor de 7 hermanos que "escuchó" la intención del padre (y los resignados lamentos de la madre) de abandonarlos a la mañana siguiente en el bosque. No se perdieron en el bosque, fueron abandonados. La primera vez logra regresar con sus hermanos llevando piedritas, pero la segunda vez no puede más que llevar las migas de pan, porque el padre le cierra la ventana para que no pueda buscar piedritas. Es un cuento durísimo.
Pero después sigue... la casa que encuentran para refugiarse es la de un ogro que come de todo, también chicos, y la mujer sigue siendo bivalente: les avisa cómo es su marido, los deja refugiarse; pero cuando la trampa del cambio de sombreritos hace que el ogro confunda a sus 7 hijas con los 7 chicos y las mate; la mujer llora la muerte de las ogrecitas y sigue con el marido hasta el final. Igual que la madre con el padre.
Y Pulgarcito insiste, vuelve a la casa, y ahora con lo que él lleva alimenta a toda la familia.
Parece que "comprende" más que "perdona" a sus padres. A mí me resulta durísimo pensar en esa realidad.
(continuará...)
Se hace camino...
SE HACE CAMINO ...
Recorriendo, rompiendo esquemas y animándose a creer
Que desde nuestro lugar se puede llevar adelante y “enfrentar” la diversidad cultural, quiero que sea una celebración en nuestros pueblos, para dejar en nuestro niños el ejemplo de . . .
La unidad en la diversidad
Uno mismo es la voz, el ser, lo feroz,
De quién será la tierra . . . la tierra será de ella misma, y nosotros, los humanos, quiero creer que comprenderemos, si cada uno aporta lo suyo, que nosotros somos . . .
También de ella. La diversidad es tan importante que no comprendo cómo desde la educación no se toma con total responsabilidad lo que ello representa. Tomemos en cuenta que debemos participar. La solución es: la constituyente social.
. . .es algo que no comprendo, debería saber más sobre esto, he reflexionado sobre muchas cosas pero lo que más me pregunto es ¿ y ahora qué ?
Construir un gran círculo que contenga nuestros más que numerosas preguntas y nuestras pocas respuestas para que ilumine como un volcán
…con su lava ardiente se quemen las malas opiniones y prejuicios y que con sus cenizas nazca una sociedad floreciente
Vida, cambio, personas
Vida, cambio, personas con las cuales nos encontramos y compartimos, expectativas , preguntas, búsquedas, nuevas experiencias.
Preguntas, búsquedas, nuevas experiencias son cosas que se le presentan a uno constantemente en la vida especialmente cuando comienza a andar nuevos caminos por el campo de la educación; es lo que todos vinimos a profundizar y el motivo que impulsó estos encuentros para sacar provecho de intereses que convergen en un ámbito común, intereses que se relacionan, que no excluyen sino que incluyen.
Incluyen a los otros con sus silencios, sus miedos, sus dudas, pero también con sus sonrisas, miradas, deseos y ganas de construir mundos más habitables y confortable para todos . . .
Ya que se desarrolló en un ámbito muy acogedor, donde todos compartimos y pudimos exponer nuestros conflictos. La dinámica fue excelente y nos permitió el porte de cada uno.
..pude llevarme un aporte valioso, una experiencia. Me encontré con compañeros de ruta en este construir de caminos, de redes . . . “Cuando muchos hombres van en la misma dirección surge el camino”…
…como dice Serrat, se hace camino al andar, y este espacio es una prueba irrefutable de que todos los que estamos aquí estamos caminando, buscando y buscándonos . . .
En el tiempo que no nos estamos dando y que necesitamos darnos para encontrarnos, organizarnos, para ser parte, de cada uno, y en todo lo diverso que nos constituye, y nos hace ser humanos.
lunes, 5 de octubre de 2009
Otro cuento de Elisa Araujo!
Compañeros
“Maktub” dijo Deirdre y nadie supo lo que quería decir. Pero ninguno se animó a mencionarlo.
Estaban sentados de piernas cruzadas, en el suelo, sobre almohadones.
Era una reunión pequeña, en un cuarto angosto, sin otros muebles que una mesita de patas cortas.
Mr. Abdul sirvió el té con parsimonia. Le gustaba ser parsimonioso. Le daba cierta importancia que de otra manera no lograba.
Don Pomelo agradeció la tacita que le ofreció y llevó la humeante tisana a sus labios.
Mr. Pub sonrió placidamente, como siempre, ante cualquiera que le dirigiera la mirada.
Cada uno a la vez aceptó la taza de aromático té oriental y todos bebieron en silencio.
Esa palabra, “Maktub”, resonaba dentro del cuarto como si los ecos chocaran y rebotaran en las paredes para volver en pequeñísimas oleadas: Maktub...Maktub...tub...tub...
Deirdre era la única mujer, en realidad casi una niña. Los hombres, de edad madura, curtidos por el sol del desierto o el viento de las montañas.
No hablaban porque no conocían sus lenguas, todos extranjeros, obligados a la convivencia por la circunstancia de estar atrapados.
La repentina escalada de hostilidades, ya una guerra abierta, los enterró en el sótano de un edificio céntrico.
Deirdre estaba de vacaciones con sus padres. Hacía una semana que no los veía y sentía que siempre había vivido en ese sótano con esos hombres de quienes nada sabía, excepto que eran amables y extranjeros.
Ella les puso esos nombre porque no les entendió lo que decían y los sonidos asemejaron esas palabras: Mr. Pub, Don Pomelo.
Abdul fue el único nombre que ella reconoció.
Mr. Abdul vivía en ese sótano y por suerte estaba bien equipado. No habían sufrido hambre, ni sed, y por fortuna no les faltaba el aire. Mr. Abdul, como perenne anfitrión, los hacía sentir lo más cómodos posible, pero era obvio que cuidaba bien de que las raciones fueran pequeñas.
Lo más extraño era el silencio luego de las aterradoras bombas y el estruendo de los derrumbes.
Al principio Deirdre lloró mucho, de miedo y de angustia por su vida y la de sus padres. Extrañó los mimos de su madre y la cama suave del pequeño hotel. Sus padres la dejaron durmiendo y salieron a hacer unas compras, regalos para llevar de vuelta a casa. Pero justo entonces, en medio del estruendo Deirdre despertó asustada cuando el conserje del hotel los hizo evacuar hacia el sótano.
Solo algunos llegaron antes del derrumbe. Eran los que estaban sentados allí bebiendo té junto a Abdul que hacía pequeños trabajos de mantenimiento en el hotel y vivía en el sótano.
Al cabo de una semana Abdul, con gran ceremonia, trajo una caja que apoyó en la pequeña mesa. Todos miraron expectantes y cuando Abdul abrió la tapa hubo varias exclamaciones de ahh y ohh. Era un instrumento musical de madera y varias cuerdas que resultó ser un verdadero bálsamo para sus compañeros. Era Abdul además un eximio ejecutante y la monotonía de la vida sin días y sin noches comenzó a tener el ritmo de esperar con ansias la hora del concierto.
Para Deirdre era una música tan extraña como el instrumento, pero, desde el primer momento, se mostró extasiada, y al pasar de los días Mr. Abdul comenzó a enseñarle algo del arte de sacar sonidos de esa caja y ella resultó una excelente alumna.
Mr. Pub aplaudía con entusiasmo los esfuerzos musicales de Deirdre, y Don Pomelo a veces tarareaba acompañando la música de Abdul.
Mas o menos a las dos semanas de convivencia, Mr. Pub comenzó a enfermar. No sabían qué tenía pero él mostró que se había quedado sin sus medicamentos. Se lo veía pálido, de ojos cansados y con las manos y los pies hinchados.
Un día dejó de levantarse y casi no comía. Deirdre tuvo miedo de que uno a uno fueran muriendo hasta quedar ella sola. Le tenía más miedo a eso que a morir. Pensar en estar sola en el silencio de ese sótano, rodeada de sus amigos muertos... todos muertos sin volver a ver el sol.
Mr. Abdul cuidó de Mr. Pub. Le daba de beber infusiones de raras hierbas de a sorbitos con una cucharita. Le ponía paños fríos en la cabeza y un ladrillo caliente en los pies. Le daba masajes con aceites de extraños aromas, y, un día, Mr. Pub, en lugar de morir, se levantó con mejor semblante. Dos días más tarde esbozó nuevamente su plácida sonrisa y Deirdre y los demás supieron que la crisis había pasado.
A fuerza de señas, todos iban aprendiendo palabras en los distintos idiomas. Deirdre le enseñaba su extraño y gutural holandés y los otros sus distintas lenguas orientales: como golpeteos metálicos unas, y como sibilancias del viento otras.
Mr. Abdul y Don Pomelo tenían relojes y anotaban cosas en un cuaderno que debió ser de Abdul pero que él compartía con Don Pomelo. Ellos sabían las horas y días que lentamente iban pasando.
Deirdre se dejó llevar. Aceptó la sucesión de tareas en lugar del ritmo del día y de la noche. Cuando Don Pomelo indicaba, se iban a dormir o se levantaban. Cuando Mr. Abdul les servía alimentos, comían.
Ella y Mr. Pub estaban satisfechos de ser llevados así, de la mano de sus compañeros, por ese largo camino de aguante, de espera a que alguien los rescate.
Fue durante la hora musical del día 19 que de repente Mr. Abdul se quedó inmóvil, pétreo. Todos lo miraron sin entender hasta que ellos mismos escucharon un TOC – TOC .... CLIC – CLIC.......TOC – TOC.
Don Pomelo comenzó a gritar a todo pulmón y todos reían y lloraban a la vez. Mr. Abdul golpeó también la pared con un martillo y los ruidos establecieron íntimo intercambio de información.
Maktub quiere decir estaba escrito.
Los colores de mi hijo
Yo nací en una casa de lo más multicolor. Y no me estoy refiriendo a las paredes, esas eran blancas como cualquier otra casa de Puerto Cabello en los setenta.
Mi casa es multicolor por dentro. Y es que mi mamá es de piel tan clara que sus hermanos la bautizaron “rana platanera”. Y mi papá era de un trigueño agresivo con bigote de charro, sonrisa de Gardel y cabello ensortijado, estirado a plano a pura brillantina. La vejez lo ha desteñido a mi papá. Como si la melanina se acabara con el tiempo. Como si los años fueran de lejía.
De esa mezcla emulsionada salimos nosotros, cinco hermanos de lo más variopintos. Mi hermano mayor, vaya uno a saber por qué, parece árabe, ojos penetrantes, nariz aguileña, frente amplia y cabello rizado (cuando existía, pues ahora ostenta una calvicie de lo más atractiva) Le sigue una hermana preciosa, nariz perfilada, pecas, unos ojos inmensos, sonrisa como mandada hacer. Castaña claro y cabello ceniza, se ayuda con Kolestone, vamos a estar claros, pero le queda de un bien que parece que hubiera nacido así. Al tercero, extrañamente, le decían “el catire”. Nunca entendí por qué, con ese cabello de pinchos rebeldes que crece hacia arriba, eso sí, tan “rana platanera” como mi madre. Yo soy trigueña, como mi padre y mi nariz que delata algún ancestro africano por ahí. Y mi hermana menor es pecosa y achinada, como si en algún momento los genes se hubieran vuelto locos y por generación espontánea hubiesen creado una sucursal asiática en la casa.
Así, los almuerzos en mi casa parecían más una convención de las Naciones Unidas que otra cosa. Claro que, jamás yo me dí cuenta de eso.
Para mí eran almuerzos y punto. Con el olor inenarrable de las caraotas negras de mi mamá y las tajadas de plátano frito que se hacían por kilos.
De chiquita nunca entendí por qué en el colegio de monjas un día una compañera me preguntó si mi papá era el chofer. Tampoco nunca supe por qué una noche no lo habían dejado entrar a un local nocturno muy de moda en los 80. Yo jamás me fijé en los colores de mi familia. Mi papá, mi mamá y mis hermanos siempre fueron eso: mi papá, mi mamá y mis hermanos.
Cuando yo era chiquita, pensaba que los colores los tenían las cosas, no
Así las cosas, comenzó en mi adolescencia una especie de fascinación por aquel lo de “los colores de la gente” “las etnias” las razas” y los asuntos que parecían importar tanto a
Yo, buscando vivencias reales y con lo enamoradiza que soy, tuve novios marrones, rosados, amarillos y hasta uno medio verdoso. Me casé con un italiano y tuve una hija que parece una actriz de Zefirelli. Y finalmente, me enamoré hasta los huesos de un marrón y me casé con él. Un marrón de esos que la gente llama negros.
Una tía abuela me dijo cuando me casé: “ni se te ocurra tener hijos con ese hombre, porque te van a salir negritos”. A mí no me cabía en la cabeza que a estas alturas de la historia universal alguien pudiera hacer un comentario como ese, pero mi tía tiene 84 años, y uno, a la gente de 84 años, le perdona todo. Hasta el racismo.
Como soy bien terca, salí embarazada de mi esposo marrón. El embarazo fue una montaña rusa total, así que cuando nació mi hijo sano con diez deditos en las manos y diez en los pies, un par de ojos, orejas, nariz, boca y gritos, yo estallaba de felicidad. Y cuando uno estalla de felicidad uno no escucha nada.
Pero resulta que han pasado cinco meses y aunque sigo felicísima, se me ha pasado
Y, la verdad, lo confieso a riesgo de quedar como una madre desnaturalizada,
Entonces no me pareció que fuese tan importante saberse el color del hijo. Yo me sabía la fecha de su primera sonrisa. Me sabía cuando le pusieron la triple, la fecha de su primera papilla. Sabía que tenía tres tipos de llanto, uno de hambre, uno de sueño, uno de ñoñera. Sabía que por las noches le gustaba quedarse dormida en mi pecho. Cosas, pues, intrascendentes. Igual ahora con mi bebé, ya me sé sus ojos de memoria, por ejemplo, a veces están a media asta y es que tiene sueño, pero lucha porque no quiere perderse nada, me sé sus saltos cuando quiere que lo cargue, la temperatura de su piel, el olor de su nuca.
Pero el domingo pasado, me encontré con una ex compañera que no veía desde mi preñes, y ¡¡¡¡zaz!!!! Me largó la pregunta “¿ya nació tu bebé? ¿y de qué color es?” Me agarró desprevenida y no supe qué responderle, pero me prometí a mí misma averiguarlo, porque si a tanta gente le interesa el dato, debe ser que es algo vital yo de mala madre, no he prestado atención a la epidermis de mis críos.
Así que, ante tanta curiosidad de la gente, me he puesto a detallar los colores de mi hijo. Y resulta que mi bebé es un camaleón, Sí, de verdad, cambia de colores. A las 5,30hs. de la mañana, cuando se despierta pidiendo comida es como rojo. Un rojo furioso y candelero.
Después se pone rosadito. Se ríe anaranjado. A veces pasa el día verde manzana. Y me provoca darle mordiscos por todos lados.
Cuando lo baño y chapotea con el agua, se vuelve plateado. Una cosa increíble. Cuando se le cierran los ojitos de sueño es amarillo pollito y provoca acunarlo y meterlo bajo las dos alas, acurrucadito.
Finalmente se duerme. Y, lo juro por Dios, se pone azul. Y brilla en la oscuridad.
Ese es mi hijo. Multicolor. Sé que va a ser un poco difícil llenarle la planilla del pasaporte, o contestarle a las ex compañeras de colegio cuando me pregunten de qué color es mi hijo. Pero es lo que hay. Lo juro. Mi hijo es color arco iris.