Es una propuesta del Colectivo de Educadores IDENTIDADES. Incluimos relatos breves que nos ayudan a pensar sobre los mundos que construimos, con sus múltiples matices, sus diversas voces, sus conflictos. Cuentos, poesías, refranes, canciones,etc., etc. con sabiduría, sobre la cultura, la naturaleza, con el NOSOTROS que queremos construir. Esperamos hacerlo crecer junto a ustedes y con ustedes. . .

Este espacio surgió con el proyecto educativo de extensión comunitaria "IdentidadeS, Historias, Memoria colectiva" que realizamos entre el 2008 y 2010 en el ISFD N°96 ( Normal Nº 1)
Para conocer, dudar y quedarnos pensando a través de palabras e historias que nos entralazan.
Somos educadores y estamos en la ciudad de La Plata -

martes, 30 de octubre de 2012

La piedra de hacer sopa (cuento popular)

Hacía varios días que Juan el caminante recorría caminos sin comer nada, pero nada de nada. Brotaban de la panza vacía suaves lamentos de hambre.
-¡Calmate pancita! Ya encontraremos algo para comer…- le decía palmoteándosela cariñosamente.
Pensó que le convenía volver a donde vivían sus parientes, tíos, hermanos, abuelos…
Ni bien llegó a ese lugar  se fue a la casa de la tía Eduviges la rezongona
-¿Qué querés Juan tanto tiempo?
- Un poquito de comida, tía
-¡No tengo ni para el perro! - le dijo la tía y le cerró la puerta en las narices porque era muuuuuy rezongona.
Entonces Juan el caminante se fue a la casa de otra tía, Eleonora-Digo Mentiras
-Hola Juan ¿Qué andás haciendo vos por acá?
-Hola tía, ando buscando un poco de pan, la panza me hace ruido
-¡¡No tengo!!- dijo Eleonora la mentirosa y también cerró la puerta.
Después fue a la casa de la abuela Ángela que lo abrazó muy fuerte y se puso muy contenta pero tampoco tenía nada para comer, porque eran muy pobres.
Llegó a la casa de sus padres y estaban preocupados y también tenían ruidos en la pancita.
Entonces Juan pensó que tenía que encontrar otra solución. Pensó, pensó y pensó mientras caminaba de un lado hacia otro con los ojos fijos en la punta de sus zapatones viejos de polvo.
Fue entonces cuando sin querer, pateó una piedra redonda, pulida y brillante. La alzó la miró y tuvo una IDEA.
Con paso muy firme se acercó hasta la casa de unos vecinos, golpeó la puerta y salió Mariquita “Soy muy curiosa” y abrió; no lo reconocía tanto tiempo que había pasado y le preguntaba
-¿Quién es usted? ¿De dónde viene? ¿Qué quiere?
- Soy Juan, Doña Mariquita, y quiero probar las virtudes de esta extraordinaria  piedra que traje del lejano y Misterioso Oriente. SIRVE PARA HACER SOPA.
-¡Pero qué maravilla Juancito, pasá que nos viene muy bien porque justo hoy no tenemos nada para comer!
Juan entró. Minutos después una enorme olla cargada con agua reposaba sobre el fuego, y en su interior, redonda, pulida y brillante, la mágica piedra de hacer sopa.
-Consiga unas papas Doña Mariquita- pidió Juan al cabo de un rato.
Doña Mariquita fue a la casa de la tía Eduviges la Rezongona, que le dio unas papas que pusieron a ¡la olla!.
-Consiga unas zanahorias y cebollas-
Doña Mariquita fue a casa de la tía Eleonora “Digo Mentiras” y volvió con dos zanahorias, una cebolla que también fueron a parar a la olla!


Ilustración de Cos para el cuento “Sopa de piedras”, del libro Mitos, cuentos y leyendas de Latinoamérica y el Caribe (Buenos Aires, Aique Grupo Editor / Bogotá, Babel Libros, 2007).

Y así, primero una cosa, después otros ayudaron con  un nabo, con una cebollita de verdeo, un choclo, la cosa se fue armando;p
erejil, repollo, apio, y hasta porotos que, claro está, traía Doña Mariquita  de la casa de los vecinos (algunos eran de la familia de Juan).
 Intenso  aroma a SOPA RICA  comenzó a invadir la cocina, los cuartos, salió por la ventana del comedor y  recorrió  las calles del pueblo.
Doña Eduviges, Doña Eleonora, la abuela Ángela; los padres y hermanos de Juan y muchos más se acercaron despacito, despacito, atraídos  por el olor…
-¡VIENEN PARA COMER!!- exclamó preocupada Doña Mariquita.
-¡QUE VENGAN NOMÁS! ¡Hay sopa para todos, gracias a que muchos colaboraron con lo poquito que cada uno tenía en la casa.
Y así fue. Todo el pueblo probó la deliciosa sopa y hasta el perro de Doña Eduviges pudo comer aquel día.
Cuando el festín terminó, Juan el Caminante emprendió su viaje. Pero eso sí, dejó como recuerdo la mágica piedra.
-Con ella nunca más pasarán hambre- les dijo antes de marcharse.
-¡GRACIAS JUAN! ¡GRACIAS POR LA PIEDRA DE HACER SOPA.
Juan se fue perdiendo hasta ser solo un puntito al final del camino. No estaba triste por haber regalado su piedra. ¡Total! en Cualquier  Parte se podían encontrar piedras como aquella, redondas, pulidas, brillantes y ¡Mágicas!

Tío Néstor cocina los viernes, de Silvia Schujer

En mi casa somos muchos. Entre chicos y grandes llegamos a diez. Mi abuela y mi abuelo, mis padres, el tío Néstor (que se quedó  sin trabajo y no le alcanza para vivir solo) y nosotros: mis cuatro hermanos y yo.
En casa todos hacemos algo, quiero decir, además de estudiar o trabajar (o buscar trabajo, como mi tío Néstor).
Tenemos tareas fijas: las personales y las familiares. Las personales son las que cada uno hace para sí mismo como ser tenderse la cama, lavarse la ropa chica o ponerse los cordones en las zapatillas. Las familiares, en cambio, son las que cada uno tiene que hacer para los otros. Mi abuela —por ejemplo— cocina. Mi papá lava los platos, mi mamá limpia, el tío Néstor plancha, yo pongo la mesa, etcétera.
Nuestra organización es perfecta, como se ve. Hoy, sin embargo, tenemos que resolver un problema. Un serio problema familiar.
Resulta que el tío Néstor, muy agradecido de poder vivir en casa, pidió que lo dejáramos hacer para la familia algo más que planchar (eso le parecía poco), y como a nadie se le ocurría qué decirle, él mismo eligió su quehacer: se puso de acuerdo con la abuela para preparar la comida una vez por semana y desde entonces cocina los viernes. De esto, ya va para un mes.
Al principio la idea nos pareció genial. Que el tío Néstor cocinara los viernes le daría un descanso a mi abuela de manera que no había razón para oponerse. Hasta que llegó el primer viernes, claro, y empezamos a cambiar de opinión. El pobre confundió la sal con el azúcar y sirvió un puré de papas tan dulce que casi se vuelve merengue. Para no ofenderlo hicimos lo posible por tragar esa pasta y el tema no fue más allá.
El viernes siguiente la cosa se puso mas seria. El tío confundió las ciruelas con los tomates, las piedritas del gato con el arroz, las lentejas con los granos de pimienta y cuando probamos el guiso ¡páfate! Mi abuelo se desmayó.
La cosa se fue agravando hasta que ayer a la noche pasó lo peor. En vez de orégano el tío puso yerba en la pizza y cuando mi mamá la mordió tuvo que ir corriendo al baño y no pudo salir hasta hoy.
Ahora estamos todos reunidos —menos el tío— pensando qué trabajos ofrecerle en la casa para que no se deprima. Vamos a decirle que lo necesitamos mucho para otras tareas así vuelve a cocinar mi abuela. La mejor idea que tuvimos hasta el momento es proponerle que elija buena música para escuchar cuando comemos. Sobre todo a la noche. Otra posibilidad es encargarlo de las flores, que siempre haya un jarrón sobre la mesa. O de los chistes, que a él tanto le gusta contarnos. Aunque ahora que lo pienso no hay nada como la verdad: ¿qué tal si le decimos que nos encanta que viva con nosotros? Pero eso sí: que se haga ver de la vista, ¿no? O se consiga unos anteojos.

sábado, 27 de octubre de 2012

EL YARAVI (Leyenda salteña)




Chasca Ñaui era la hija menor de un matrimonio quichua que vivía en una tribu, entre montañas del norte. Era una niña todavía, cuando un día oyó hablar de las virtudes de una laguna que se encontraba cerca de allí. Decían que la doncella que se bañara en sus aguas, encontraría el marido anhelado.
Chasca Ñaui creció, transformándose en una hermosa joven y entonces deseó, como las otras jóvenes de la tribu, tener a alguien que la amara.
Una mañana, cuando los amancays y las retamas perfumaban el aire con sus flores, la joven decidió ir a la laguna y emprendió el camino. Cuando llegó, se quitó la túnica de combi y poco a poco se fue sumergiendo en el agua con la esperanza de encontrar a su compañero.
De pronto, el lejano sonido de una quena le advirtió que alguien se acercaba. Salió de la laguna, se puso su túnica ciñéndola a su cintura con una faja de vivos colores, calzó  sus pies con ojotas de cuero, arregló sus cabellos y los adornó con flores silvestres.
La voz de la quena sonaba cada vez más fuerte y una dulce esperanza florecía en Chasca Ñaui. Se sentó sobre una piedra cerca de la orilla y esperó. Por detrás de unas matas de chañar vio venir en su dirección, a un joven apuesto. Tocaba la quena como nunca lo había hecho nadie en el lugar ; su música llegaba a los oídos de Chasca Ñaui como un suave canto de amor.
Al verse, inclinaron sus rostros sonrientes en ademán de saludo, y Hayri, que así se llamaba el muchacho, quedó prendado de la joven.
Desde ese momento se vieron repetidas veces, hasta que Hayri, seguro del profundo cariño que sentía por Chasca Ñaui, le pidió que fuera su esposa. Poco tiempo después se casaron y comenzaron a vivir felices en una cabaña próxima a un bosque.
Un día el sol se ocultaba detrás de los cerros y regresaban los dos de una visita a la laguna, inesperadamente se les interpuso en el camino un jefe español, acompañado de sus soldados. Pertenecían a las huestes de españoles que habían despojado a los incas de sus tierras. El jefe español, impresionado por la belleza Chasca Ñaui, la obligó a seguirlo.
Inútiles fueron los esfuerzo de Hayri para que no se la llevaran, pero los soldados azotaron al muchacho hasta dejarlo desvanecido. Cuando despertó, comenzó a buscarla sin tener en cuenta distancias ni peligros, pero jamás la encontró.
Desesperado optó por ir a la laguna. Allí pasaba las horas y los días tocando su quena ; cada nota iba reviviendo todo lo que había sucedido desde el momento en que vio por primera vez a la joven. Poco a poco el canto de la quena se fue haciendo más triste, hasta fijarse en una única melodía que reflejaba todo el dolor de su alma. Su vida se fue apagando, pero su quena sólo se calló cuando dio el último suspiro.
Mucho tiempo después, un joven indio encontró la quena, cuando se dispuso a tocarla, del instrumento sólo brotaba aquella triste melodía que creara Hayri antes de morir. Al escucharla en la tribu, todos recordaron a la pareja :

"Dos amantes palomitas
 penan, suspiran y lloran 
   y en viejos árboles moran
                a solas con su dolor"
Así nació el yaraví. Cantar que expresa el dolor producido por una pena de amor

 Glosario :
 Yaraví : cantar que expresa el dolor producido por una pena de amor.
Chasca Ñaui : ojos de lucero.
 Hayri : veloz
 Combi :  tela fina de vicuña