Se trata de un cuento de tradición oral, que comparte Leonor Arditti.
En una pequeña aldea situada en cualquier lugar del mundo, habitaba un muchacho que desde muy pequeño ansiaba conocer la Verdad.
Pero, como es sabido, la Verdad es muy difícil de encontrar.
El muchacho se hizo hombre y su deseo creció con él.
Fue exitoso en su trabajo, formó una familia, fue respetado por sus vecinos, amado por sus hijos; sin embargo no era feliz, necesitaba conocer la verdad.
A medida que el tiempo pasaba, conocer la verdad, empezó a ser su único deseo hasta que su mujer, tal vez preocupada por su obsesión, le pidió que fuera a buscarla, le dijo que evidentemente si después de haberse pasado la vida entera buscándola no la había hallado todavía era porque la Verdad no habitaba entre ellos.
El hombre aceptó, ordenó sus cosas, se despidió de todos y se fue.
Durante su búsqueda enfrentó todo tipo de peligros, atravesó mares y desiertos, soportó tempestades, fue apresado y torturado, sufrió hambre y frío, pero jamás desistió.
Cuando ya lo abandonaban las fuerzas, escapando de una tormenta de nieve y viento, se refugió en una caverna. Apenas había dado unos pasos dentro de la cueva cuando descubrió que, contra toda lógica en el fondo, donde más profunda debía ser la oscuridad, brillaba una luz intensa; caminó hacia ella y vio una mujer sentada en el suelo; era vieja, la más vieja que jamás ojo humano había visto, tenía el pelo sucio y ralo, atado en nudos de siglos, estaba retorcida sobre sí misma, su cara estaba atravesada por surcos profundos; sonrió levemente y un único diente apareció en su boca y, de pronto, levantó su mano y le mostró un dedo artrítico y deforme que lo invitaba a acercarse; él dudó un instante y ella, entonces, sólo dijo "ven" pero al escuchar su voz, lírica, joven, transparente, ya no tuvo dudas, al fin había encontrado a la Verdad.
Y se quedó con ella.
Al cabo de un año, la Verdad le dijo que ya era hora de volver a su casa, que ya ella le había mostrado todo lo que le podía mostrar, que ya sabía de ella todo lo que tenía que saber. él se dispuso a partir y se despidió de la Verdad con muchísima tristeza pero definitivamente agradecido preguntó:
- Querida verdad, has hecho tanto por mi, te debo tanto y no sé como pagarte ¿Hay algo que yo pueda hacer por ti?
La Verdad sonrió y con su maravillosa voz, pura y cristalina dijo:
- Claro que si. Cada vez que, lejos de aquí, alguien te pregunte por mi les dirás que yo soy joven y muy, muy bella.
miércoles, 21 de abril de 2010
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