Es una propuesta del Colectivo de Educadores IDENTIDADES. Incluimos relatos breves que nos ayudan a pensar sobre los mundos que construimos, con sus múltiples matices, sus diversas voces, sus conflictos. Cuentos, poesías, refranes, canciones,etc., etc. con sabiduría, sobre la cultura, la naturaleza, con el NOSOTROS que queremos construir. Esperamos hacerlo crecer junto a ustedes y con ustedes. . .

Este espacio surgió con el proyecto educativo de extensión comunitaria "IdentidadeS, Historias, Memoria colectiva" que realizamos entre el 2008 y 2010 en el ISFD N°96 ( Normal Nº 1)
Para conocer, dudar y quedarnos pensando a través de palabras e historias que nos entralazan.
Somos educadores y estamos en la ciudad de La Plata -

martes, 8 de septiembre de 2009

El segundo cuento del tercer encuentro

Cuando finalizó el tercer encuentro del Curso "Educación con y desde la diversidad", compartimos un almuerzo en el que la palabra siguió circulando y tejiendo memorias. Elisa Araujo recordó un cuento que oyó una vez en boca del grupo de narradores de "Cuento encuentro" y se animó con su versión: "Había una vez un comisario que solía ir a pescar...".Fue ahí cuando Matías García dijo que conocía la historia, que el autor era Arturo Jauretche. Pero Marta Tomé lo había escuchado también, narrado por Landriscina, y sostuvo que era un cuento de tradición oral. Sea cual fuere su origen, sin duda es un cuento que anda de aquí para allá, vivito y coleando, mutando quizá en su forma pero no en su esencia. Compartimos con ustedes la versión de Jauretche:

El pescado que se ahogó en el agua

El arroyo de la Cruz había crecido por demás, y bajando dejó algunos charcos en la orilla. Por la orilla, iban precisamente el comisario de Tero Pelado, al tranquito de su caballo. Era Gumersindo Zapata, a quien no le gustaba mirar de frente y por eso siempre iba rastrillando el suelo con los ojos. Así rastrillando vio algo que se movía en un charquito y se apeó. Era una tararira, ese pescado redondo, dientudo y espinoso, tan corsario que no deja vivir a otros. Vaya a saber por que afinidad Gumersindo le tenía simpatía a las tarariras, de manera que se agachó y alzó a la que estaba en el charco. Montó a caballo, de un galope se llegó a la comisaría, y se hizo traer el tacho donde se lavaba "los pieses" los domingos. Lo llenó de agua y echó adentro a la tararira.

El tiempo fue pasando y Gumersindo cuidaba todos los días de sacar el "pescado" del agua primero un rato, después una hora o dos, después más tiempo aún. La fue criando guacha y le fue enseñando a respirar y a comer como cristiano. ¡Y tragaba la tararira! Como un cristiano de la policía. El aire de Tero Pelado es bueno y la carne también, y así la tararira, criada como cordero guacho, se fue poniendo grande y fuerte.

Después ya no hacía falta ponerla en el agua y aprendió a andar por la comisaría, a cebar mate, a tener despierto al imaginaria y hasta escribir prontuarios. En lo que resultó muy sobresaliente fue en los interrogatorios; muy delicada para preguntar, sobre todo a las damas, como miembro de comisión investigadora: "¿Cuántas bombachas tenés?" Igualito que otros.

Gumersindo Zapata lo sabía sacar de paseo, en ancas, a la caída de la tarde.

Esa fue la desgracia.

Porque una ocasión, cuando iban cruzando el puente sobre el arroyo de la Cruz, la pobrecita tararira se resbaló del anca y se cayó al agua.

Y es claro. Se ahogó.

Que es lo que le pasa a todos los pescados que dedicados a otra cosa que ser pescado se olvidan que tienen que ser eso: buenos pescados. Cosa que de por sí demanda mucha responsabilidad.

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