martes, 14 de enero de 2014

UN PEDACITO de CHINA en BARRACAS, un cuento de Roxana D´Auro

                                                                            
“Sin salir de casa, se puede conocer el mundo” Tao Te Ching – Lao Tse

Juan Pedro nació en Argentina, en el barrio de Barracas. Come choripán, patea en el potrero con los pibes, juega a las figus y a las bolitas. En la escuela le pusieron un sobrenombre. El Chino, le dicen. No fueron muy originales porque Juan Pedro es chino. Es un chino argentino. Su papá y su mamá vinieron directamente de Hong Kong y Juan Pedro nació entre los músicos callejeros que tocan tango en el empedrado los domingos, los bolivianos que cocinan pollo frito a toda hora y las peruanas que venden bombachas de todos los colores.
Pero el año pasado vino de la China no un chino mandarín como dice la canción, sino la abuela de Juan Pedro ,que se horrorizó al comprobar que la palabra más próxima a China que pronunciaba su nieto era chin…chulín y decidió armarle una colección de secretos chinos para sentirse cerca aunque esté tan lejos.
Semejante colección y semejantes secretos sólo podían estar bien guardados en unas cajas chinas,cajitas chinas decoradas con imágenes de dragones y perros de Fo y muchos colores en hilos de seda brillantes.
Para conocer el secreto de la cocina china, en una cajita la abuela guardó un grano de arroz.
Para conocer el secreto del arte chino, un pedacito de finísimo papel con una mancha de tinta china en él.
Para conocer el secreto de las aguas, una escama de pez Koi.
Para conocer el secreto de los bosques, una hojita de bambú.
Para conocer el secreto de las mujeres, un tira de fina seda.
Había algo especial en esas cajas chinas. Tal vez una magia oculta. Tal vez la fuerza del secreto. Tal vez el amor de la abuela, pero cuando Juan Pedro abría las cajas, se escuchaba el susurro del viento entre las cañas de bambú, o el glu glu del agua corriendo sobre las rocas del río.
-Un pedacito de China en Barracas.
-¿Cómo es eso?, le dijo Keyla Serrudo, su mejor amiga, su compañera de banco.
-No hace falta todo el mar, podés cerrar los ojos y una sola gota en tu lengua se sentirá como el mar entero. Keyla se quedó pensando que eso era ser chino bien chino, con el gusto por lo pequeño, lo diminuto, lo concentrado, y aceptó la invitación de Juan Pedro.
Al día siguiente cuando salieron de la escuela, se fueron a la parte trasera del negocio. Mientras sus padres trabajaban adelante, Yun en la caja y Reynaldo en la verdulería, ellos se sentaron frente a frente. Juan Pedro le cubrió los ojos a Keyla con un pañuelo de seda, y abrió una cajita que tenía el secreto de la ceremonia del té. Sólo con la proximidad de un pétalo de jazmín, Keyla sintió la intensidad de una taza de fina porcelana pintada con pintura dorada que humeaba frente a su pequeña nariz. Después fue el turno de ella. Le cubrió con delicadeza los ojos a Juan Pedro, con el mismo pañuelo de seda y se sentó frente a él. Abrió uno a uno todos los paquetitos que había llevado, envueltos en telas de fuertes colores. Sacó primero una piedra que tenía el secreto que el viento le cuenta a la montaña; un trozo de sal que hace muchísimos años fue el fondo del mar; el vellón de una llama; una hoja de coca. Y viajaron por Bolivia y por China, desde Barracas. Después satisfechos, se acostaron panza arriba a ver un pedacito de cielo que se colaba por un agujero en el techo de chapa. Juan Pedro dijo:
-El mundo cabe en un pañuelo, ¿no Keyla?

-O en una caja, respondió ella.

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